La angustia a la cual aspiro se origina en la necesidad de
conocer un poco de aquello que se ha desvanecido en mi reciente experiencia, y
dicha angustia se origina en la ausencia del desprecio que enfocado sobre ti se
yergue para poder manifestar su irónica potencia trágica.
No hay mayor tragedia padecida que la tragedia originada en
el carecimiento de mi nombre en tu conciencia, manifestado como elemento
constitutivo de mi propia auto afirmación y así mismo auto conocimiento; y para
esto el género poético carece de total potencia explicativa pues no tengo intención
de cautivarte sino de demandarte una mirada evasiva consiente de que mi
presencia asumió un nuevo significado y rompiendo el vacío originado en tu
inconsciencia de mi padecimiento. No es pues un deseo reciproco ni siquiera la más
mínima demanda de amor o muestra de afecto, todo ello resulta insulso, pues
obteniendo aquello anhelado solo quebraría mi ansia salvaje de tu desprecio que
protagoniza la pesada agonía de la insignificancia frente a la infinitud
conceptualizada en tu mirada evasiva. Dulce agonía que me reclamo y que me
lleva a una práctica absurda pero picara en tanto alivia mi trágico deseo. Tan
solo el monologo manifestado es nuestro gran dialogo y donde toda identidad
queda obsoleta y se funde para dar paso a lo escrito acá, tu desprecio (dama de
literatura) será el fruto de mi ruego y en dicho instante será suprimido mi
suplicio.
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